jueves, junio 7

Paste

Siempre perseguí las tendencias. De chica flasheaba con el arte pop y quería como Marta Minujín o Renata Schussheim. Le robaba ropa vieja a mi mamá y a mi abuela, me pintaba los zapatos con aerosol rojo, verde y amarillo.
Mi placard era un arco iris de colores y texturas. Me teñía el pelo de verde o violeta [estoy hablando de muuuuuucho antes de Rodrigo] y era una especie de Cindy Lauper hippie. Todos pensaban que era “rara”, supongo que porque me vestía “raro”, y yo solamente buscaba “individualidad”, como la mayoría de los adolescentes.
No era una cuestión de querer ser o pertenecer, más bien todo lo contrario: quería diferenciarme del resto. Lo mismo cuando empecé la secundaria. Era una chica de clase media, podría decirse “semi punk”. Siempre me sentí muy distinta a mis amigas, pero lo tomé como natural. Mientras ellas usaban ropa de AB&C y hacían teatro, yo, como no sabía coser, tenía de arma una tijera y toda la ropa cortada e iba al centro de estudiantes, me peleaba con todos. De hecho, la lista donde militaba se llamaba “independiente”.
Cuando empecé a estudiar diseño, lo mismo. Discutía todo lo que decían mis profesores y en los congresos bardeaba a todos los teóricos del diseño que me hablaban de teorías tipográficas, grillas y legibilidad. .
Siempre miré para afuera. Una amiga decía que la diferencia en la cabeza de la gente era por viajar. Viajar, conocer, ver otras culturas, eso te hacía distinto [¿?] Toda esa batidora de flower power, Sex Pistols y revistas importadas se trasladó a mis diseños.
Y empecé a trabajar, inevitablemente, con quienes más me entendían: marcas de ropa, bandas, flyers para boliches. ¿Por qué? Supongo que por manejar una estética que en algún momento acá, en este pueblo grande, parecía novedosa. Y yo, eterna aburrida, con un voraz apetito de modernidad. Hasta que todo se dio vuelta [con el mismo tupé con el que en la moda vuelven los 80] y me saturé de imágenes. Hoy casi no uso remeras con estampas, y me visto casi exclusivamente con jean, ropa blanca, negra o gris.
Me saturé de las estampas que dicen “Californian Girl”, “Sweet Heat” o “Princess”, de que mi remera de explicaciones sobre quién soy y/o a qué tribu urbana pertenezco. Me cansé de ver diez millones de nenas vestidas todas iguales a la vidriera de Fujimoda, o cualquiera de los otros locales de Calle Angosta. Y ni hablar de los surfers rosarinos que no ven una ola ni una vez al año. Estoy harta de pasar por alguna esquina del centro un jueves o viernes y darte cuenta que todos se visten igual, con 2 o 3 marcas de diferencia ¿No se dan cuenta que tratando de ser “distintos” son todos iguales?
No se viene algo fácil, sino todo lo contrario. Antes, según cómo te vistieras, decías algo. Si eras hippie usabas determinadas marcas, hasta que apareció el hippie chic. Si eras punk, te ibas a la Bond Street, en Buenos Aires [o te hacías la ropa vos], hasta que los chupines son un básico de todas las marcas y aynotdead una de las etiquetas más caras y punk que conozco [debo confesarme adicta a ella].
¿Qué viene ahora en la moda? ¿Qué hacés para ser distinto si todas las marcas producen distintas líneas y Sólido tiene un bolso negro con una cadena colgando?
El acceso a información para las marcas y la gente en general hace que el consumo [visual y real] sea cada vez más voraz. Antes, por lo menos, las marcas tenían que invertir guita e irse a Europa a robar modelos o ideas para producciones. Ahora, abrís la Para Tí colecciones y al menos tres o cuatro de las campañas [sobretodo las de esas marcas de Once que de un día para el otro dieron un salto, supongo que solamente por pautar en esta revista] le copiaron la última producción de moda a Fornarina o a Yohji Yamamoto. Ni hablar de las botas Ricky Sarkany de gamuza con flecos. En calle San Luis te las comprás por 50 pe y eso que Ricky ya era medio mersa de antes.
A mi me da mucha risa. El otro día, el dueño de un local multimarca me contaba que con sus amigos [pibes comunes, no metrosexuales ni muy observadores] se rieron toda la noche de que todas las minas en Moore estaban vestidas iguales, con chupines y con botas. Supongo que de los rugbiers vestidos ridículamente con camisas Rip Curl o remeras de surf no dice nada porque eso le da plata.
En mi última clase en la escuela de diseño de moda le contaba esto a mis alumnas y les preguntaba qué hacer con mis botas texanas abuchonadas de Prune, que me compré hace dos temporadas antes que las tengan igualitas [aunque de cuerina, no de cuero] en la vidriera de Borsalino y todas las otras zapatería de calle San Luis. Obviamente, seguir usándolas, porque me gustan. A veces me dan ganas de ponérmelas con un jogging, pero creo me sentiría algo ridícula.
Volviendo al tema de las marcas, me parece que hoy por hoy no pasa nada. Las “de autor” tampoco funcionaron porque son muy pocos los que pueden ponerse [y comprarse] una remera estampada con los pezones de Nicola Constatino. O un diseño retorcido, que no sabés ni cómo ponértelo, ni cuál es el cuello o cuáles son las mangas, y te sentís entre una bolsa de papas y Grace Jones cantando en “Hacelo por mi” [para los jóvenes, un programa de TV que hacía Pergolini hace como mil años].
Los diseñadores se destacan por ser “básicos”, y las modelos más top o los músicos más cool salen en las revistas con una camiseta blanca [como la que usaba mi abuelo y yo le robaba a los 15 años para ponérmela debajo de una camisa grunge que había comprado en chemea] y un jean roto pero no de viejo [como ese Guess que tuve por años, orgullosa del tajo de la rodilla que se me había hecho en una fiesta en La City cuando me caí de la tarima; y que mi mamá me tiró cuando se me empezó a romper justo debajo de la cola] y, por supuesto, botas texanas. Y ni hablar de toda la gente “moderna” o “under” [Catarina Spinetta, Emanuel Horvilleur, Dolorez Fonzi, Lolo de Miranda, etc.] que son imagen de las marcas más clásicas [por no decir que se visten de Levi’s].
Capaz que por eso de perseguir siempre tendencias, yo, ahora, me considero “una chica clásica”. Por un lado, porque está todo tan al alcance de todos, por otro por aburrirme de estar siempre tras lo “novedoso” y porque hoy es la única manera que encuentro de sentirme yo misma. Bueno, quizás mis tatuajes en los dedos, vivir sola con mis dos gatos, tener una foto de Keith Haring desnudo en el living, mis Vans de Marc Jacobs [creo que las usé una sola vez, pero las amo], mi cubrecamas de leopardo y algunas otras excentricidades hagan que mi actual vestimenta funcione, al menos para mí, como un equilibrio visual.